ESTO NO ES UN ADIÓS 2

PREFACIO

No me plantee la posibilidad de escribir una segunda parte de la entrada ESTO NO ES UN ADIÓS (leer aquí), es más, siempre pensé que las segundas partes nunca fueron buenas, pero dada la respuesta de todos vosotros, los que habéis leído la entrada, y quejado de que era súper triste y que no podía quedar así. Sin querer, o queriendo, me habéis animado a terminar este breve relato. Breve, breve, no quería alargarlo mucho. Espero que os guste. Va por todos vosotros.

PARTE 2



Al día siguiente fui a ver como estaba, pero no estaba. La habitación estaba completamente vacía. Sin sus pertenencias, la cama no tenía sábanas. Mi corazón se puso a mil doscientos, y solo pensaba en lo peor.

          –  No puede ser – Me decía a mí misma una y otra vez.
          – No puede ser ¿el qué? – Preguntó una voz tras de mí.

Me di la vuelta. Era un chico que no había visto hasta ahora.

          –  Hola
          – Hola, ¿Quién eres? ¿Dónde está...? – Le interrogué.

En ese momento estaba al borde de la histeria, y mis preguntas resultaban un poco desafiantes. Ni siquiera dejó que terminara.

          –  Tranquila, la paciente que estaba en esta habitación, ha firmado el alta voluntaria esta mañana y se ha ido - Intentó mitigarme.
          – ¿Cómo que se ha ido? – Le pregunté.
          – Sí, ella estaba aquí por decisión propia y era libre para irse cuando quisiera. Aquí no retenemos a nadie, por mucho que queramos – Repuso.

Mierda. Salí corriendo de aquel lugar. Sin saber bien dónde ir, me monté en el coche, respiré hondo y pensé a donde pudo ir.

Sabía que no estaba bien. Ella estaba al borde de hacer una locura. Las palabras del día anterior sonaban a despedida. Esto no podía ser un adiós.

Cogí mi móvil y le llamé, pero su teléfono estaba “apagado o fuera de cobertura”. Arranqué el coche y me dirigí a su casa.

Tiene que estar allí, solo deseo que esté allí, por favor que esté allí. Por favor, por favor, por favor…

Llegué a su casa, toqué al interfono, nadie contestaba. Nadie. Una vez, dos veces, diez veces, mil veces. Nadie contestaba. Nadie.

No puede ser. Empecé a llorar.

              – Joder, tiene que estar en alguna parte – Murmuraba.

Me limpié las lágrimas. Volví a coger el coche y me puse a buscarla. Callejee durante más de tres horas. Sin suerte ninguna.

Cuando ya pensaba que todo estaba perdido, se me ocurrió ir al parque donde tanto nos gustaba ir cuando éramos niñas y que estaba a las afueras de la ciudad.

Aparqué el coche y anduve sobre veinte minutos.

Allí estaba, encima de una pequeña colina, sentada en un banco, mirando la puesta de sol.

Fui corriendo hacia ella y la abracé, la abracé tan fuerte que no quería soltarla. Ella también lo hizo. Volvimos a llorar.

No le exigí un ¿por qué? Sobraron las palabras. Aquel abrazo y las lágrimas lo dijeron todo.

Nos cogimos las manos y con la mirada le prometí que iba a estar con ella en todo momento. Que nunca más la iba a dejar sola.

La recuperación fue lenta, incluso a veces dura.

Ahora los “gracias” no suenan a desolación, angustia, desamparo y dolor, sino a gratitud, alegría y vida, sobre todo a vida.


=D



Comentarios

  1. Gracias por todos esos minutos de sentimientos.

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    1. Gracias. Pues la verdad que me ha interesado y me he presentado.

      Besis Anónimo.

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