Querido amigo
Querido amigo:
Lo tenías claro. Ya habías dado el paso en tu mente, en tus pensamientos. Lo habías aceptado, habías empezado a pasar página y estabas a punto de empezar un nuevo capítulo, pero la página no la puedes pasar hasta que no lees el último renglón, es más, este renglón aún no está escrito, esas últimas palabras quedarían sentenciadas unos días después. Todavía tenía errores gramaticales que no concordaban y que auguraban un final no feliz. Y así fue, el final no quedó escrito ahí, incluso este episodio no acabaría en ese momento.
Ahora ya no lo tenías tan claro, por una parte, bien, por otra, mal. Tu cabeza se ha convertido en una amalgama de pensamientos y sentimientos. Estás raro y no sabes explicar con palabras qué es lo que sucede dentro de tu ser, porque la sensación te oprime el alma.
Ya te habías hecho a la idea, pero ahora ya no. Ella se queda, deshace las maletas y vuelve a colocar todas sus cosas en tu espacio.
Quizás las cosas materiales no son lo suficientemente relevantes frente a las sensaciones que vuelven a emanar en ti. Y joder, algunas duelen, pero otras alivian.
Hubieras preferido que hubiera cogido todos sus trastos y no volver a verla jamás, iniciar nueva etapa y superarlo poco a poco, pero ella decide quedarse y su decisión no te parece tan bien, aun así, fuiste tú quien le dejó la puerta abierta.
Ya no sabes gestionar la situación, porque, por una parte quieres que esté, pero a la vez no, no quieres. Sabes que te va a hacer bien y a la vez, que te va a doler. Todo junto. Si, no, si, no, si no si-no sinosino…
¡¡¡Boom!!! Todo explota.
No pasa nada, mantienes el control en cada fragmento de ti. Coses cada pedazo, te recompones y sigues. Cicatrizas, algún punto supura, pero sanas. Todo en un espacio de tiempo relativamente pequeño, porque la vida sigue, tu corazón late, y te debes adaptar a esta nueva situación. Que en verdad no es tan nueva, ya que es la situación de siempre, pero con una coyuntura que marca un antes y un después.
Vuelves a lavar su ropa manchada de mierda, a quitar sus pelos del baño y a degustar la sabrosa comida que hace con esmero. Es la más eficiente en quitar el polvo acumulado, pero la peor en limpiarse su propia porquería. Y es entonces cuando recuerdas que su ropa aún sigue en la lavadora, húmeda y arrugada, pero ya no te apetece tenderla. Aun así, la tiendes con paciencia, los dientes te chirrían de la rabia, controlas esas ganas locas que tienes de gritar, porque no quieres tender su puta ropa más. Estás cansado. Harto de siempre la misma historia, de la misma mierda, de su mierda, de que no cuide sus trapitos, que no atienda a sus propias necesidades, a lo que le va bien. Estás tan cansado de que ella prefiera retozarse en el fango, fango que le encarroña entera, su ropa y su mente, que eso te irrita y te salpica y también te mancha.
Tragas y tragas. Y te atragantas. ¡¡¡Boom!!! Otra vez.
Al día siguiente ella ya no está. Ahora sí, dice que no va a volver. Lo deja por escrito. Dice que tu mal humor no le va bien. Que tu cólera, enojo e irritación le van mal. Básicamente, te hace el responsable de los lamparones en su ropa, los que ella misma se ha engalanado. Además, te echa en cara que la casa siempre está limpia y que no tiene tiempo de ir a hacerse las uñas, de salir a correr o de tocarse el higo.
Ahora es cuando recuerdas las veces que a escondidas cogiste el estropajo para que ella pensara que le cundía más fregar los platos, los días que pasaste la aspiradora antes de que ella pasara la mopa o cuando compraste un juego entero de vasos idénticos a los que ya teníais, porque a ella se le rompió uno que dejó mal colocado y no querías que se sintiera mal por ello.
Detestas sus mentiras, su poca organización, y su falta de coherencia, y sabes que tiene tiempo de sobra, de hacerse la manicura, la pedicura, de correrse medias maratones y de tocarse el higo a dos manos si fuera necesario.
No quieres reconocer que lo hiciste mal, porque en aquel momento pensaste que era lo mejor, ahora sabes, que os hicisteis flaco favor.
Y ves esa nota que ha dejado encima de la mesa, con su letra redonda como un donut, donuts como los que se comía repanchingada en el sofá de casa, a oscuras, con el reflejo de la televisión en su cara, permitiendo que el chocolate se le derritiera entre los dedos para luego resobarlos en su ropa. Ropa que quedaría sucia y que luego lavabas tú.
Suerte amigo, con tu puerta abierta y tus cicatrices.
=D
Comentarios
Publicar un comentario